¿Quien dijo que la playa no era interesante al anochecer? {Vincent}

Y allí estaba yo. Con mi cabello azabache suelto, ondeando junto a la suave brisa de Otoño. La playa estaba casi desierta. Se veían algunas parejas y amigos pasear y hacer el loco de vez en cuando. Normalmente todos adolescentes. Mucho mejor, porque sino ya estaría escuchando quejas de los adultos contra ellos. Como siempre. Yo busqué algo más solitario, para estar un rato a solas. Y tranquila. Necesitaba estar así. Podría haberme quedado en casa, en mi habitación, como casi siempre. Pero había venido la familia, con la cual no hablaba apenas. Pues era gente a la que no conocía de nada, pero que mis padres, sobretodo mi madre, los conocía porque aunque fuera familia lejana, muy lejana, ella había convivido con ellos en su pueblo.

El caso es que no tenía ganas de estar allí. Y además. Mi hermano no estaba, así que pasaba de comerme el marrón yo solita. De estar allí, poniendo carita de niña buena con una sonrisa estúpida en mis labios. Nah... pasaba de todo eso. No estaba para tirar cohetes tampoco. Me dejé caer en la arena fina, cerca de la orilla. Mientras me apoyaba con las palmas de las manos en el suelo. Y encogía un poco las piernas. Comenzaba a anochecer. Y el paisaje era realmente relajante y bonito a esas horas.

Comenzaba a hacer frío, así que saqué de mi bolso, negro, como no, la sudadera gris con el logo de “I love New York” con el corazoncito en medio. Las típicas que te compras cuando vas a un lugar de vacaciones o de fin de semana. Me había hecho ilusión comprármela, y allí estaba ahora, sobre mi cuerpo, tapándome del frío. Mi hermano tenía una igual, aunque juraría que apenas se la había visto puesta, por no decir nada de nada.

Me eché el cabello hacía atrás con las dos manos, aunque fue inútil ya que el aire no paraba, y el pelo ondeaba a sus anchas. Así que opté por recogérmelo en una coleta alta. Busqué primero la goma de pelo negra, que estaba casi a mutad del brazo, y después me recogí el cabello en dos segundos. La práctica era la práctica. Saqué el paquete de cigarrillos de mi bolso, y me dispuse a encenderme uno. Justo oí como la arena crujía detrás de mí, y entonces vi unas deportivas, posándose a mi lado. Me mordí el labio inferior, y alcé la vista, mirando hacia arriba. Lo reconocí en cuanto me habló. Lo raro es que él no lo hubiera hecho ya. Aunque pensándolo bien era de esperar que hubiera pasado de mirar quien era.

Sonreí de lado y negué con la cabeza, sin dejar de mirar hacia arriba. – Preciosa, si no fuera porque alguien vino a molestarme – dijo picándole. Sabía que iba a reaccionar mal, si es que no se había dado cuenta de quién era ya. Sonrió divertida, esperando su mala reacción.

Esperaba esa reacción, que en parte me gustaba y me divertía. Era algo masoca, sí. Pero es que me hacía gracia cuando se ponía de aquella forma. A veces daba miedo, sobretodo porque ya le había visto en alguna que otra bronca con algún tipo. Pero sabía que en cuanto me viera, cambiaria de expresión. Y en efecto. Me miró y se quedó a mitad de la frase. Una sonrisa traviesa y divertida apareció en mi rostro. Alcé una ceja, esperando a que terminara la frase, pero no fue así. Hubiera sido tontería acabarla también.

-La misma que viste y calza, señorito – dije con un tono divertido. – Veo que he conseguido ponerte de mala leche, ¿eh? – comenté mordiéndome la punta de la lengua mientras una sonrisa pícara se dibujaba en mi rostro. – Deberías saber controlarle un poco más… - dije picándole.

Miré como se dejaba caer en la arena, al lado mío, colocándose en la misma posición en la que yo estaba en esos momentos. – Pues mira... me apetecía ver como anochecía y también porque en mi casa tengo visita a la cual paso de ver – dije esta vez mirando hacia el frente y chasqueando la lengua.Viendo las olas romper contra la orilla. En la que estábamos sentados enfrente Vincent, y yo. - ¿Y tú? ¿Venías a ver el panorama? – pregunté mirándole esta vez a él.

Debía reconocer que sabiendo cómo era Vincent, había ciertos comentarios que tenía que guardarme muchas veces. Nunca sabía cómo iba a reaccionar, por mucho que nos conociéramos ya. No parecía muy contento con mi pequeña broma, y no pude evitar rodar los ojos.

-Si ya veo, ya – dije mirándole, o más bien examinándole y observándole. Parecía algo cansado. Aunque seguramente era porque no paraba en todo el día. Normal entonces que estuviera así. Dejé el tema aparcado, y mientras él me daba su opinión sobre el tema que acababa de sacar, yo me encendí un cigarrillo, dando una calada larga, expulsando después el humo hacía arriba. –El problema es que no conozco a nadie de la familia, o sea que son familiares del pueblo que no he visto en mi vida – le comenté ese detalle, el cual me había dejado. – Y sí, bastante pesado es – le tendí el paquete de cigarros antes de preguntar - ¿Quieres uno? – le miré en silencio, esperando su respuesta.

Sonreí al escuchar las opciones que tenía y negué con la cabeza. – Pues… entre la opción C y D… supongo que la D – dije encogiéndome de hombros ligeramente. – Pues es raro que no eligieras la A… normalmente a los tíos les gustan las jovencitas – dije mirándole fijamente. Yo apenas tenía diecisiete años.