El sonido de las olas (Kevin)

Un poco de aire fresco nunca viene mal, ¿no? Por eso me gustaba salir a pasar a la playa, tranquilidad, viento... y si hacía buen tiempo, y con un poco de buena suerte, podría hacer surf o juntarme con alguna fiesta que estuviesen montando. Porque en verano siempre había fiestas en la playa, como un ritual de SunPark.
Lo malo es que en otoño la tradición se perdía. Ya fuese por el frío o por cualquier motivo que no alcanzaba a entender, era extraño ver gente en aquel lugar por esta época del año.
Por eso, cuando llegué a la playa y vi a una chica sentada en el mar. Me resultaba familiar, tremendamente familiar. Me acerqué a ella en silencio, sin alterar aquella tranquilidad que parecía buscar. Apenas a unas cuantas zancadas más de ella, la reconocí. Sonreí levemente, sentándome a su lado y dejando mis zapatos al mío, justo al otro lado de ella. Me incliné levemente, echándome hacia atrás y apoyándome sobre mis manos, sin apartar la vista del mar que se abría ante nosotros.

- Se me hace raro encontrarte y que no sea sobre la barra de alguna discoteca, señorita Rose.

Reí un poco, mientras ladeaba la cabeza para mirarla de reojo. Amy, ambiciosa, juguetona y extremadamente bocazas. Más de una vez nos habíamos ido de fiesta. Y ella siempre acababa encima de algo, bailando y sobresaliendo de los demás. Cosa que me hacía una gracia tremenda.
Esa manía que tenía de decir todo a veces me sacaba de mis casillas, y más de una discusión habíamos tenido. Pero a la vez, me caía muy bien, por no decir ese algo que se notaba que había. En fin, cosas raras.

No pude evitar reirme ante su respuesta. Pero así era Amy, divertida y ocurrente como nadie.
Eché la cabeza hacia atrás, mirando hacia el cielo, que comenzaba a nublarse. Un pequeño bufido salió de mi garganta. Odiaba aquello, el mal tiempo me ponía de mala leche. No podía hacer surf y las chicas iban tapadas hasta las pestañas. ¿Qué había de gracioso en aquella época del año?
Sin apartar la vista de las nubes y aún casi sumergido en mis pensamientos, como ausente, las palabras salieron de mi boca sin pensarlas.

- Ya sé que te quito el sueño, pero si tanto me echas de menos existe una cosa llamada móvil por la que me puede localizar a casi cualquier hora del día.

Volví al mundo real y giré de nuevo la vista hacia ella, casi riendo y con una mueca de burla en mis facciones.

- Aunque la verdad, no me extraña que me eches de menos, la última vez ya noté como no podías vivir sin mí.

Y esta vez sí, las carcajadas salieron de lo más profundo de mi garganta. No estaba muy seguro de si recordaría o no nuestro último encuentro, pero la imagen de ella en mi mente no podría borrarse en muchos, pero que muchos años.

Hice caso omiso de su tono de burla. De una forma u otra, tenía razón. Por mucho pique que tuviésemos, era una buena amiga, y para mis amigos estaba disponible 24 horas al día. Pero... ¿Qué gracia había si se lo decía?
Rodé los ojos descaradamente, mientras levantaba ligeramente la ceja derecha, a modo de aviso.

- Claro que si niñata, todo el día a tus pies. Pero ya sabes que es muy común eso de que las chicas me secuestren para ellas solas durante un par de horas, así que si no te lo cojo... No te pongas celosa, ¿eh?

E imitando su gesto anterior, guiñé un ojo entre risas.
Tan sólo sonreí ante su siguiente comentario. Bingo, era raro verme fuera de la cama y sin estar en una fiesta. Pero los seres humanos tenemos algo llamado necesidad de descanso, que yo usaba muy de vez en cuando, aunque poca gente lo supiese.

Alcé la vista cuando comentó eso último, topándome con sus ojos. No era de los que la apartaban porque sí, así que la mantuve ahí, fijamente y con una sonrisa como acompañante.

- Un inocente beso no tiene porqué llevar a tanto. Si llegó a más fue porque quisiste... - Reí suavemente, con cierta picaría. - Por esa regla de tres, cada vez que te bese, tendrás que acompañarme a mí casa.

Observé como se giraba hacia mí. Le miré receloso, aquella chica era capaz de hacer cualquier cosa, desde besarme hasta tirarme de los pelos. Jamás sería capaz de saber si le caía bien o si me odiaba. Una relación rara donde las haya.

- Te conozco de muchas formas, pequeña, pero hay cosas que aún se me escapan. Además... - Levanté una mano hasta su nuca, acariciándola. - Todo el mundo es celoso. Y tú tienes pinta de ser de las que no soporta que toquen lo suyo.

Sonreí, divertido, y a la vez nos volvimos a girar, como sincronizados, a mirar el mar. De una forma u otra, adoraba aquellas pequeñas peleas de haber quién podía aguantar más. Al final, siempre acabábamos cediendo los dos... Sin duda, la mejor parte.

- Si tanto me deseas, deberías demostrarlo un poco más, ¿no crees?

Me giré divertido, esperando a ver qué haría ante aquello. Para mi sorpresa, se levantó y cogió sus zapatos y uno de los míos. La observaba mientras se marchaba, receloso y calculador. Me puse en pie de un salto y comencé a ir rápido hacia ella, sin llegar a correr. Al llegar donde ella estaba, coloqué un brazo sobre su cintura y otro en sus rodillas, elevándola y sujetándola como si fuese una princesa. Alcé una ceja divertido y añadí:

- ¿A dónde te crees que vas tú?